A esta longitud del camino, una vez creo se ha cumplido una cuarta parte de la distancia que recorre un hombre promedio en la vida, es inevitable detener el ingreso de aquellos suaves, agudos y sutiles pensamientos a mi mente, todos ellos evocados por el polvo que levantan las cenizas de todos los ayeres vividos, esas cenizas que sin duda alguna serán materia prima para formar todos los mañanas que quedan por vivir.
Este instante en donde mi pluma promete ser firme, y mis pensamientos ser respetuosos con las obligaciones, es de los instantes más lentos, profundos, y lleno de un frenesí suficiente y sereno para dibujar con letras lo que la voluntad de mis ideas quieren expresar. Espero a aquellas diversas musas, que acudan a mi llamado, a mi petición y me ayuden a elaborar unos buenos renglones en donde pueda describir en pequeñas pinceladas el mejor reflejo de estos bellos años, esos que se consumen hacia la nada, que se desvanecen y que no volverán a ser nunca.
El futuro se proveerá de los residuos de este presente cauto y obligado a andar, ese presente que refleja la impotencia de todo hombre que quiere evitar la cuota que el tiempo le deja a su vida. Apenas fotografías y viejos retratos podrán recrear burdamente un recuerdo acerca de lo que una vez existió, lo que algún día el tiempo decidió moldear de tal forma, dejando de lado la fragancia de aquella piel tersa y joven, fragancia que no vendrá de la mano con ese recuerdo
Agradable el saber y poseer el júbilo de que el tiempo no pasa en vano para el aprendizaje de todo lo posible, ni tampoco para la experiencia que ayuda a formar aquel conjunto lacustre de valores morales que construyen a un buen individuo, si no, no fuera tiempo, y solo seria una utopía alucinatoria de lo que considera el hombre el elíseo, aquel en donde el hoy y el mañana son respetados por el paso de las épocas y el presente se torna perenne.
Edad para agradecer el contar con las herramientas suficientes para disfrutar la existencia, edad para convencerse a si mismo que existen circunstancias de la vida que enseñan de una manera que ningún consejo puede alcanzar, edad a la que todo mortal ya se ha preguntado que quiere para su vida, y posee un conjunto de vivencias que le ayudan a discernir entre lo que le gusta y lo que no tanto.
Ya se sabe, el tiempo vendrá despiadadamente, las dolencias irán apareciendo, dirás que en todo tiempo pasado los menores siempre respetaban más a sus mayores, el cabello si aún queda algo se teñirá con la nieve de las eras, y bueno como todo ser agradecido con la vida, solo espero decirles a los míos en algún instante de la ancianidad y con muchas cosas...confesadas: “sí… yo también tuve veinte años”.
Jose Luis García Villa Mayo 19 del 2010